El factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la reproduc- ción de la vida inmediata.
(Federico Engels: El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado).
En tiempos de crisis, el conocimiento racional es el arma más poderosa para salir de ella. Siempre lo ha sido, junto con la cooperación y una visión pertinente de la realidad. Eso fue lo que sucedió con la historia de la humanidad.
(Víctor M. Toledo: “Pandemia, ciencia y política: una defensa de la 4T”).
Cuando pase la pandemia del coronavirus no nos estará permitido volver a la “normalidad” anterior.
(Leonardo Boff: “Volver a la «normalidad» es autocondenarse”).
II. El origen: la producción industrial de alimentos
La conclusión principal es entonces, que las fábricas gigantes de nuevos virus, se localizan en las granjas de los grandes conglomerados agroindustriales que se encuentran distribuidas por todo el mundo. México, Argentina, Brasil, Estados Unidos y China, entre muchos otros, son focos rojos de donde pueden brotar virus que provoquen nuevas epidemias o pandemias, derivado del establecimiento de grandes empresas del sector agroalimentario gracias a las desregulaciones en el mercado de alimentos y la agricultura, nos advierte Silvia Ribeiro.1 No obstante la experiencia adquirida con la epidemia de la influenza hace más de 10 años, nuestro país no aprendió la lección:
“En 2009 México se convirtió en el epicentro de la pandemia de influenza A/H1N1, luego de que el virus brotó en criaderos de cerdos en Veracruz de Granjas Carroll, propiedad de la trasnacional estadounidense Smithfield (ahora propiedad de la china Shuanghui); sin embargo, más de 10 años después, afirmó Ribeiro, no se ha aprendido la lección.
La llegada indiscriminada de empresas agroalimentarias se dio tras la firma del tratado de libre comercio porque en México la regulación no era tan estricta. El primer aviso fue la influenza de 2009. De ahí no se hizo nada para corregir el sistema. Al contrario, ahora, con la modernización de ese acuerdo, las normas son aún más flexibles”.2
En las últimas décadas, nuevos patrones de producción y consumo de alimentos, han modificado hábitos alimenticios entre la población, estimulados y promovidos por las prácticas productivas de las grandes empresas agroindustriales, tendencia que se expresa en el incremento considerable del volumen de ventas de productos ultraprocesados de alimentos y bebidas, y cuyas consecuencias tangibles son las altas tasas de sobrepeso y obesidad, así como el incremento de padecimientos como la diabetes y la hipertensión en México; fuentes de la vulnerabilidad y letalidad en nuestro país que ha quedado demostrada con las estadísticas arrojadas por la pandemia. La salud pública en nuestro país, pero también en el mundo, ha sido la primera damnificada de este proceso de producción a gran escala. Es el resultado tangible de la aceleración de la producción de alimentos vegetales a escala internacional que se empezó a desarrollar a finales del siglo XIX inicialmente en Gran Bretaña, entonces la primera potencia colonial del globo.
En la segunda mitad del siglo XX, el proceso en el que las grandes cadenas de supermerca- dos de autoservicio sustituyeron a las tienditas de esquina, se vio reforzado con el surgimiento de grupos de novedosos productos: fast food, snacks y una diversidad de bebidas. La política de libre comercio y la creación de los mercados de futuros, generaron los incentivos suficientes para co- merciar con las cosechas, aún mucho antes de que las semillas se sembraran. Todo esto alentó la creación de empresas proveedoras de maquinaria agrícola y químicos, la industria de las semi- llas mejoradas, la genética animal y los transgénicos, los oligopolios que hoy se disputan las pa- tentes, la tierra y el agua dulce de superficie y subterránea, así como las grandes empresas arren- dadoras de tierras que dieron origen al moderno latifundio.
“Desde finales del siglo XX la superficie de cultivo global de cuatro productos ha crecido de manera vertiginosa: el aceite de palma, el maíz, el azúcar y la soya no se utilizan ya sólo como alimentos, sino también como forraje, agrocombustibles y como materias primas para otras industrias. Su empleo con diversos fines les ha ganado el nombre genérico de flexcrops, o cultivos flexibles”.3
Los nuevos actores globales de la Agroindustria ya no están presentes sólo en sus propios países, sino en todo el mundo. Su poder en el mercado se traduce, a su vez, en un gran poder de configuración e influencia política en la medida que avanza el proceso acelerado de monopolización. En los últimos 10 años, se han producido las fusiones más grandes de corporaciones tras- nacionales que han representado miles de millones de dólares. AB InBev y SABMiller en el ramo de bebidas; Heinz y Kraft en alimentos; Dow y Dupont en agroquímicos; BAT y Reynolds en tabaco; Bayer y Monsanto en agroquímicos. La revolución digital y las biotecnologías están produciendo redefiniciones, al grado que Big Data y los vehículos inteligentes pueden hacer atractivos para IBM, Microsoft y Amazon la agricultura y el comercio de alimentos. Este contexto económico global, ha facilitado el surgimiento de las trasnacionales mexicanas de alimentos y bebidas: GRUMA, BIMBO y FEMSA. El alto consumo de bebidas embotelladas y productos ultraprocesados en México, ha elevado considerablemente los problemas de sobrepeso, obesidad y diabetes debido a la comida y bebidas de alto contenido calórico.
Es en la disputa por el agua, donde también se pueden apreciar las consecuencias de este fenómeno depredador:
“El agua dulce útil para los seres humanos constituye menos de 1% de toda el agua en el mundo. Ya hoy se le está usando en muchas partes en mayor medida de lo que puede renovarse en el ciclo hidrológico. En la actualidad aproximadamente 2 mil millones de personas viven en países en los que el consumo de agua sobrepasa en 20% los recursos de agua dulce. En esos lugares amenaza la escasez de agua dulce, advierte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO. Los hogares particulares usan sólo una pequeña parte, alrededor de 10%. La industria usa casi el doble. Pero casi 70% es responsabilidad de la agricultura, sobre todo debido a los sistemas de riego”.4
Este proceso se ha acelerado a partir de 2008, cuando se creó el “2030 Water Resources Group” (WRG), órgano consultivo permanente de alto nivel integrado por organizaciones de la ONU, bancos de desarrollo y las trasnacionales que más agua consumen. El WRG, más que un ente regulador, actúa como un activo mecanismo de presión ante los gobiernos nacionales, para intentar imponer una política hídrica global favorable a las grandes trasnacionales para que contribuyan a elevar las tasas de crecimiento, y por lo tanto las ganancias. El WRG es la matriz generadora de la implantación de los mercados del agua y dado que en su concepción el mercado
se autorregula, promueve la idea de pagar por el acceso a las aguas subterráneas. Para dimen- sionar el problema, baste con señalar, que según datos de Coca Cola, esta empresa usó en el año 2015 aproximadamente 300 mil millones de litros de agua, equivalentes al consumo anual de Ghana.
La lección principal es que,
“El sector alimentario, que hasta ahora ha asumido poca responsabilidad por las consecuencias de su actuar económico fuera de las empresas, tendrá que enfrentarse a los temas del hambre, el cambio climático, el desperdicio y la sostenibilidad, la enfermedad y la salud, el derecho y la injusticia”.5
La contratendencia que va en la dirección opuesta a este efecto devastador de los recursos naturales y de las condiciones del hombre en la Tierra, ya existe, y se expresa en la variedad de movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil y convenciones internacionales que ejercen una considerable presión en contra de las trasnacionales globales. Parece que ha llegado el momento para emprender una necesaria regulación socioecológica y política de la economía agraria y alimentaria. Pero una reorientación socioecológica, sólo será posible si se logran implantar reglas vinculantes de carácter nacional y global, para que las grandes corporaciones respeten los derechos humanos, laborales, climáticos y de medio ambiente.